Este blog es mi particular baúl de recuerdos, una hucha de momentos que me enriquece y me hace sentir que la vida es para vivirla sin prisa pero sin pausa...







viernes, 11 de marzo de 2011

Tarde de puzzles y magdalenas

Hoy voy a hacer caso de las sugerencias veladas de mi hermano y voy a ir al grano. Es decir, trataré de no mezclar churras con merinas y contar, en esencia, justo lo que quiero contar, sin divagaciones. Empecemos...

Después de una semana de ajetreo, Martín y yo hemos pasado una tarde de lo más casera: nos hemos dedicado a hacer puzzles. Ni me acordaba de cuándo había sido la última vez que había hecho un puzzle. Vaya por delante que el niño ha salido a la madre -al menos en esto- y tiene poca paciencia para cosas de este tipo, así que medio engañado, medio convencido, he logrado que colaborara en la ejecución del rompecabezas hasta la colocación de la última pieza. El problema surge ahora, cuando tenemos el puzzle montado en la mesa del comedor y se niega a deshacerlo porque "nos ha costado mucho hacerlo" (Martín dixit). En fin... tendré que idear algo para llegar a una entente y poder así disponer de la mesa a la hora de la cena.

Después nos hemos enfundado los delantales (es un decir) y nos hemos metido entre fogones. Aún no sé cómo he sobrevivido al entusiasmo infantil de hacer prácticas en la cocina, pero todo sea por tenerlo entretenido y por iniciarlo en las tareas domésticas que, tarde o temprano, tendrá que saber hacer. Y eso a pesar de la pila de cacharros que ha acabdo inundando el fregadero y que, obviamente, quedan para la madre y no para el niño.

Pues bien, entre los dos hemos mezclado los ingredientes necesarios para poder acabar horneando una magnífica fuente de magdalenas con y sin chocolate, magdalenas que han acabado teniendo esta pinta: 


Lo malo de esto no es la cantidad ingente de cacharros para lavar, ni el tiempo que le dedicas, ni el "entusiasmo" de Martín al batir los ingredientes, ni siquiera la pinta de nazareno con la que ha acabado, todo lleno de harina... lo malo es ¡lo poco que duran las magdalenas!. Porque, eso sí, mi hermano (sí, sí, el mismo de las críticas veladas) suele venir a visitarnos cada vez que "intuye" que he encendido el horno y, obviamente, cuando eso sucede tiene reservada su ración.

Menos mal que yo ya me he guardado un par de magdalenas para disfrutarlas más tarde, mucho más tarde, junto con un humeante café, sentada en el sofá, frente a la tele, justo momentos antes de caer rendida en brazos de Morfeo... ¡qué placer!.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El nombre de la rosa

Hoy, mientras comía, he tenido ocasión de echarle un vistazo al suplemento Culturals que cada miércoles edita La Vanguardia. Normalmente nunca le presto atención a este tipo de publicaciones, entre otras cosas porque reparto mi escaso tiempo del desayuno en visualizar (que no leer) los dos periódicos (El Periódico y La Vanguardia) que pone a disposición de la clientela la cafetería que frecuento.

Pues bien, en el citado suplemento dedican la portada y las páginas principales al fenómeno literario del best seller y analizan sus orígenes, sus implicaciones y su evolución a lo largo de la historia para acabar concluyendo el reportaje con un ranking de los best sellers más importantes de las últimas décadas. De entre estos destaca, en mi opinión, El nombre de la rosa, exitosa obra de Umberto Eco publicada en 1980 y de la cual se afirma, textualmente, que es "El cruce más conseguido de novela de género y alta cultura. Este thriller de ambiente medieval constituye el mejor best seller italiano del siglo XX. Con su doble homenaje a Holmes y a Borges, se convirtió en referencia del best seller de calidad". Coincido plenamente.

El nombre de la rosa es una de mis novelas de referencia. Recuerdo haberla leído en tres o cuatro ocasiones y haber completado la lectura con las Apostillas a El nombre de la Rosa, una especie de manual de lectura y entendimiento de la obra en la que se desgranan parte de sus misterios y en la que su autor se manifiesta y reafirma. Recuerdo haber subrayado en el propio libro párrafos y escenas que me llamaron la atención, como si yo fuera el mismísimo Adso de Melk y tuviera que aprender de mi maestro, el fraile franciscano Guillermo de Baskerville. Y recuerdo, años más tarde, haber visto en multitud de ocasiones la versión cinematográfica del mismo nombre, de menor calado que la novela pero en la que Connery, el gran actor, dejó de ser Sean para convertirse por siempre jamás en Guillermo.  

He aquí las muestras de mi admiración, la novela y sus apostillas y, por supuesto, el DVD, en edición limitada y formato coleccionista, que fue uno de esos regalos que, contrariamente a lo habitual, lo fueron con acierto:







Y "mira tú por dónde", como dicen los castizos, años más tarde volví a reencontrarme con El nombre de la rosa, con la novela y con la película, con la abadía, con Adso de Melk y con Guillermo de Baskerville... Fue durante nuestras pasadas vacaciones en Viena cuando Peter, el guía que nos asignaron y profesional como pocos, nos ofreció la posibilidad de hacer un pequeño crucero fluvial por el Danubio y, de paso, visitar la Abadía de Melk, a orillas del río, en el norte de Austria. Aceptamos con los ojos cerrados, como no podía ser de otra forma: teníamos la posibilidad de visitar la abadía cuya biblioteca inspiró a Umberto Eco la trama de su novela y en cuyo honor dio nombre a uno de los protagonistas, Adso de Melk.

Recuerdo que llovía y que tuvimos que improvisar la compra de un chubasquero en una tienda de souvenirs. La abadía, de la orden de los benedictinos, está situada en lo alto de un acantilado rocoso desde donde se domina el Danubio; fue fundada en el siglo XI y aún hoy día se dedica a la docencia de casi mil estudiantes.



Lo que más me impresionó fue la biblioteca, de doble planta, con una accesibilidad desconocida en monumentos de este tipo, y lugar de custodia de innumerables manucritos. ¡Qué sensación tener todos aquellos libros al alcance de la mano, tan bien dispuestos, tan ordenados, vestidos con el polvo que solo se atesora con la historia y el transcurso del tiempo!.






Por un momento me transporté a los tiempos de Adso y Guillermo y me sentí espectadora privilegiada de las escenas de la novela. Y afortunadamente sólo espectadora y no protagonista porque la única fémina del reparto tenía el poco agraciado papel de campesina, hambrienta y prostituta. Pero poco me duró la ensoñación: una taxativa frase ("mamá, tengo pipi") y la llamada del guía para comer aprovechando un ligero rayo de sol entre las nubes, me devolvieron a la dura pero placentera realidad de la vida de turista.

Menos mal...

Ha pasado más de una semana desde la última vez que "hablamos" y han pasado muchas cosas. Ha pasado el Carnaval (¡menos mal!), una fiesta que hemos celebrado en el "cole" (versión mosquetero) y en la calle (versión zorro) con un frescor primaveral que, por añadidura y por el capricho del niño de querer lucir su disfraz, le ha regalado a Martín un generoso constipado.

También ha pasado el Día Internacional de la mujer trabajadora y celebro que haya pasado porque me cuesta comulgar con este tipo de celebraciones. No concibo que se tenga que destacar un día concreto en el calendario para certificar los esfuerzos y los avances de la mujer en uno u otro ámbito. Desde mi modesto punto de vista, siempre profano, tener que reivindicar como especial lo que no debería serlo no hace sino poner piedras en el camino de la evolución a una situación más justa e igualitaria.

Y en tercer lugar, también ha pasado el partido de fútbol de anoche en el que el Barça debía jugarse algo importante, a tenor de cómo estaban las calles en el entorno próximo al Camp Nou (perdóneseme la ignorancia y la desidia por todo lo relacionado con el deporte rey, pero mis inquietudes van más allá de ver a un nutrido grupo de hombres en pantalón corto corriendo tras un balón). Gracias a tan "fabuloso" evento Martín y yo tuvimos la ocasión de disfrutar de un largo y distendido viaje en autobús desde la Diagonal a Collblanc (línea 12, de L'Hospitalet), un paseo de una media hora caminando que nos llevó casi el doble. Y todo porque (como si no tuviera días la semana) no se me ocurrió nada mejor que aprovechar la tarde de gestiones de ayer para ir a la tienda Nespresso a reponer las cápsulas del café que me tiene enviciada. En fin... lo dicho: que menos mal que ya ha pasado.

Retomando el tema del fútbol... menos mal (de nuevo) que Martín no muestra un excesivo interés por este deporte y que la mayoría de las veces sólo se entera de que han marcado un gol cuando oye las celebraciones del resto. Y digo menos mal porque, pese a lo profano de su conocimiento, defiende con valentía que es del Barça, lo mismo que Carlos defiende su postura de ser del Real Madrid. Es decir, que en casa tenemos la representación de la consabida pugna entre las aficiones culé y merengue aunque, afortunadamente, hasta ahora no ha llegado la sangre al río.

En este entorno de afición futbolera me decidí a bordarles a ambos los escudos de sus equipos a punto de cruz en unos pequeños cuadritos a los que hace tiempo que no veo ni para quitarles el polvo (es decir, que no sé dónde los han puesto).
 

Se trata de dos trabajos pequeños que en su momento me sirvieron para dos cosas: distraerme un rato con una labor sencilla y obsequiarles con un pequeño detalle que les hiciera comprender que, incluso cuando me dedico "a mis cosas", como ellos le llaman, también los tengo presentes.