Este blog es mi particular baúl de recuerdos, una hucha de momentos que me enriquece y me hace sentir que la vida es para vivirla sin prisa pero sin pausa...







sábado, 23 de abril de 2011

Sant Jordi 2011

Hoy es 23 de abril y por primera vez en muchos años (de hecho, no recuerdo ninguna ocasión anterior en que sucediera algo semejante) no he visto la calle llena de rosas rojas. Hoy es Sant Jordi y en Cataluña se celebra el día de la rosa y, ya a nivel internacional, el día del libro, pero no he visto a nadie caminar por la calle con una rosa y una espiga entre las manos como tampoco he visto las tradicionales colas de pacientes lectores esperando la firma de un libro por parte de su escritor favorito.

Casualidades del destino o ironías del santoral, hoy es Sant Jordi pero también es Sábado Santo. Fieles a la ya tradicional cita familiar de Semana Santa, estamos en Galicia, a más de mil kilómetros de distancia de las Ramblas de Barcelona, el mayor punto neurálgico de venta de rosas y de libros en un día como el de hoy y en vez de calles pintadas con el color de las flores hemos visto vacas, tractores y labriegos entregados a las labores del campo.

Este año, incluso, ni siquiera hemos tenido que interactuar con Martín para hacer la manualidad de turno al no coincidir la festividad en cuestión con el periodo lectivo, cosa que en parte agradezco porque como no me gusta deshacerme de nada ya no tengo sitio para guardar más trabajos escolares.

Pero no todos los años ha sido así. En su etapa de educación infantil, cuando el niño no era más que un tapón enfundado en su bata de cuadros rojos y blancos, tal día como hoy salía sonriendo del colegio llevando en la mano una rosa hecha por él mismo. Las hicieron de todo tipo: con plastilina sobre un fondo de cartulina, con papel de celofán, con papel pinocho... Aún las guardo en la vitrina del mueble del comedor junto con algún que otro recuerdo del que ya hablaré en otro momento.

Claro que la cosa se fue complicando cuando a los profesores se les ocurrió la magnífica idea de la interacción alumno-familia y nos mandaron deberes para casa. La primera de nuestras colaboraciones fue en forma de rosa. Queríamos que fuera algo original así que tiramos de la materia prima del negocio familiar y dibujamos la flor sobre una pieza de madera, la perfilamos con tinta negra en relieve, la pintamos de vivos colores y finalmente la barnizamos para darle un acabado brillante. La participación de Martín, que aún no tenía 4 años, se limitó a estampar su incipiente firma en un extremo del trabajo. A pesar del tiempo transcurrido, aquél trabajo aún adorna una de las estanterías de su cuarto:


Al año siguiente, el protagonismo de la manualidad fue para el dragón. De nuevo tuvimos que poner en funcionamiento todas nuestras neuronas para acabar confeccionándolo a partir de una boa de papel verde (una de esas guirnaldas con las que se decoran las fiestas) sujeta a una careta con forma de dragón y unos ojos saltones de la cual salía un pequeño palito de madera a modo de asa. Lo cierto es que acabó pareciéndose a uno de esos dragones danzantes de las fiestas del año nuevo chino y, aunque ahora duerme el sueño de los justos en una de las cajas de trabajos escolares de Martín, en aquél momento hasta nos resultó simpático. Aquí os lo muestro, formando parte de la exposición del colegio:


Ya en primero de primaria tuvimos que hacer de arquitectos y construir un castillo, lo cual hasta me pareció "lógico" si tenemos en cuenta que ya teníamos la rosa y el dragón y en algún lugar debíamos ir ubicando a los protagonistas de la historia. Aquí tuvo que intervenir la artillería pesada y Carlos puso en práctica todos sus conocimentos de carpintería para fabricar una estructura de madera con puente levadizo incluido. A mí me tocó la intendencia, la decoración, la fabricación de las banderas y la búsqueda de un Sant Jordi a caballo y un dragón de plástico con el que coronar una de las torres de la fortificación y que, si bien ahora los veo por todas partes, en aquél momento resultó ser una ardua tarea. Ahora, la fortificación y sus habitantes acumulan polvo en el altillo del taller:


Ese mismo año los niños se iniciaron en el noble arte de la escritura participando con poesías de su creación en una especie de certamen literario escolar. Su primera aportación tuvo como protagonista a un elefante al que aún hoy no acabo de encontrar vinculación con la festividad de Sant Jordi:



La temática del texto de Martín del año pasado tampoco tiene desperdicio (¡qué imaginación!)...


Y, por fin, la última de nuestras "desinteresadas" colaboraciones con la celebración de Sant Jordi se produjo hace justo hoy un año, cuando a los papás nos encomendaron la creación de la maqueta de una ciudad aprovechando la conmemoración del año Cerdà. En este caso, internet fue nuestra salvación pues en una web china encontramos las plantillas de unas casas para hacer en papel que incluso quedaron aceptables una vez dispuestas sobre una base de madera decorada con unas calles y unos arbolitos también de papel. Eso sí, acabamos de pegamento hasta las cejas. La guinda la pusimos con unos cochecitos, muy realistas, que recuperamos de un cajón de juguetes de Martín y que nunca pensamos que acabaran teniendo semejante cometido:


En fin... que tradicionalmente Sant Jordi siempre nos ha supuesto una fuente de inagotable imaginación y aunque este año lo "celebramos" desde la distancia hemos sido previsores y unos días antes de viajar Martín pudo entregar la rosa a su madrina -como cada año- sólo que en esta ocasión no fue en versión flor natural sino en versión punto de libro:



¡Esperemos que le haya gustado! Al menos, con esa intención lo bordé para ella...

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